La semana pasada recibí unos cuantos ejemplares de mi primera obra poética editada. Tener por fin entre las manos mi primer libro y ver mi nombre en la portada era un sueño hecho realidad. Lo curioso es que lo percibí como una alegría sencilla, de agradecimiento al jurado del premio que hizo posible este pequeño, insignificante logro. No me siento ni especial, ni mejor, seguramente porque sé que me leerá poca gente. Y esos pocos lo harán por curiosidad o por simple afecto, porque me conocen. Pensar en que alguien que nada tiene que ver conmigo encuentre mi libro entre los cientos de ejemplares de alguna librería es una quimera. Pero podría suceder. Aunque sólo una persona, un solo ser humano, encontrase entre mis versos algo que le conmoviera, algo donde reconocer su intimidad y aunque yo no llegase a saberlo nunca, me llenaría de orgullo. Y me permito pensar en ello, porque, al fin y al cabo, este deseo no duele a nadie.
EJB