domingo, 13 de marzo de 2011

El estado de la situación

Soy profesora de secundaria obligatoria y bachillerato en un instituto público. Tras cuatro años al frente, constato que la falta de disciplina que sufren los jóvenes en sus casas se transpira en las aulas. Hay en los centros de enseñanza enjambres de adolescentes capaces de impedir, con sus comentarios a gritos, sus protestas, sus amenazas y su absoluta falta de atención, que el docente consiga ejercer como tal. El "callaros, por favor" es la frase imperativa más repetida en el aula, un lugar para dormir, charlar, bostezar o perderse en la contemplación del paisaje exterior. Los alumnos interesados (que los hay) tienen que esforzarse para atender y trabajar en un ambiente hostil. Sólo hay una salida: expulsar a los ingratos. Si tienes la suerte de que te obedezcan, se irán lentamente, con gestos de desprecio y con una sonrisa macabra en su rostro que, quieras o no, se te clava en el alma. Para estos eres un don nadie. Para los que se quedan, un guía que hace lo que puede en una zona donde es muy fácil perderse; alguien digno, pero de compasión.