sábado, 17 de diciembre de 2011

La montaña mágica, de Thomas Mann

Leer esta novela supone un esfuerzo intelectual considerable. Tiene todos los ingredientes de una obra difícil, densa, pero Mann es un maestro que te facilita el trabajo. Los nombres de los protagonistas te quedan grabados para siempre, porque los repite constantemente, a menudo sin necesidad, pero no molesta porque su fonética es deliciosa. Son nombres carismáticos para unos personajes encantadores: Hans Castorp (la bondad que sabe escuchar), Clawdia Chauchat (el silencio seductor), Settembrini (la sabiduría lúcida). Retrata con tanta maestría ambiente y situaciones, que te adentras sin remedio en un mundo donde las palabras fluyen con toda su grandeza en una narración muy bien estructurada, unas descripciones eficaces y unos diálogos magistrales. Te sientes espectador privilegiado de una historia que, aunque ajena en el tiempo y en el espacio, se convierte en una propiedad exclusiva, porque en ella reconoces tus miedos, tu ignorancia, tu sentido del humor ante la adversidad, tus deseos, tus opiniones y tus contradicciones. Toda una lección de buena literatura.