En verano del 2010 superé con nota el examen de tercer curso de francés (por libre) de la Escuela Oficial de Idiomas. Supuso una buena motivación para seguir mejorando y mi autoestima sufrió un subidón muy bienvenido. El problema es que no tengo a nadie con quien conversar y no me apetece pagar a nadie para poner a prueba mi fluidez, que deja mucho que desear. A veces hablo sola, o leo el diccionario y la transcripción fonética de las palabras nuevas, y cada noche me hago el propósito de escuchar emisoras francesas. El problema es que mi favorita es Radio Classique, donde se habla poco, y acaba siendo la que me acompaña hasta que decido cerrar mi máquina para meterme en la cama a leer. Tengo tantas ganas de practicar, que aprovecho las clases para soltar alguna estrofa de Baudelaire o Éluard en medio de alguna tediosa lección de sintaxis, con lo cual sorprendo a los que no me atienden. Es mejor que contar un chiste, ya que no tengo habilidad para ello.
Sé que lo mejor sería pasar una temporada con los galos, pero tengo deberes familiares (casa, marido, hijos, madre adorable y todo eso) que me lo impiden. Es una lástima... ¿O no?
La verdad es que no tengo ninguna prisa ni necesidad, dos ausencias que justifican mi indisciplina en este campo.